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Dos extractos del himno 5
[...]
Avanza horrible espectro hacia los convidados
Y llena su alma toda de un gran terror secreto
Hasta los mismos dioses se sienten conturbados
Ni a llevar calma aciertan al corazón inquieto.
Era misteriosa de esta visión la senda;
No aplacaba su rabia ni súplica ni ofrenda.
¿Sabéis qué era? La Muerte; que esa deshecha orgía
Con dolor y con lágrimas y miedo interrumpía.
Forzado a separarse, al fin, eternamente
de lo que el alma mece en el más dulce encanto,
De todo lo que inspira, con un amor ferviente,
Anhelo infatigable e inextinguible llanto
Al mortal parecía tan sólo reservado
Un sueño mortecino, luchar desesperado.
Del placer, estrellada ya estaba la ola loca
Del hastío infinito en la funesta roca.
Embelleció al espectro queriendo hacerle inerme
La osada fantasía que hasta lo ignoto escarpa;
Un dulce adolescente la luz apaga, y duerme;
Será el fin apacible como el germir de un arpa.
Dilúyese el recuerdo de sombras en raudales:
El canto del destino, tal fue, de los mortales.
Más de la eterna muerte quedó el misterio arcano.
Oh, ¡Muerte! ¡Oh, grave signo de un gran poder lejano!
[...]
Oh, ved, ya está la losa alzada,
Abierta está la sepultura:
La humanidad resucitada,
Contigo siéntese hermanada,
Libre de toda ligadura.
Todo pesar se desvanece
Ante tu copa, que convida,
Cuando la tierra desaparece
En la suprema despedida.
La muerte, a bodas ya nos llama;
Están las vírgenes dispuestas;
Clara es la lumbre que derrama
Dentro sus lámparas la llama;
No falta aceite en nuestras fiestas.
De tu cortejo el sacro coro
Llene el profundo firmamento
Llámennos ya los astros de oro
Con dulce voz y humano acento.
A tí levántanse, oh, María,
Millares ya de corazones;
Desde la hondura de esta fría
Tierra, tan lóbrega y sombría,
Te claman: »¡No nos abandones!«
¡Ah! su plegaria no deseches;
Sanar confían de sus males
Cuando, amorosa, les estreches
Entre tus brazos maternales.
¡Cuántos de ardor ya consumidos,
Vencidos ya por cruel tortura,
De nuestro mundo desasidos
Volaron ya y contigo unidos
Gozando están de tu ventura!;
Si en horas trágicas nos vimos,
Bajaron para confortarnos.
Hoy hacia ellos ya subimos
Al lado suyo a eternizarnos.
Ante ninguna sepultura
Solloza ya quien ama y cree;
Ya del amor la herencia pura
De fuerza y hurto está segura.
¡Dichoso aquel que la posee!
Viene la noche y, en su brillo,
Se refrigera su hondo anhelo;
Su corazón es un castillo
Que guardan ángeles del cielo.
Nuestra terrena vida asciende
Hacia la vida sempiterna.
El alma ya más claro entiende
Pues ya la abrasa, ya la enciende
Una amorosa llama interna,
Los astros son racimo ingente
Que, a chorros, da vino de vida;
En un lucero refulgente
Será cada alma convertida.
Ah, dadivoso, amor invita
A todos; no hay de hoy más ausencia.
En plenitud toda se agita,
Cual mar sin playas, infinita,
Del universo la existencia.
¡Eterna noche de delicia!
¡Canto sin fin! ¡Eterno poema!
El sol que a todos acaricia
Es, oh, gran Dios, tu faz suprema.
Extracto del himno 4
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Himno 6
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