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Oh, nuestras plácidas fiestas
Oh, nuestras plácidas fiestas,
Nuestros jardines y cámaras
Nuestro ajuar, nuestras delicias,
Nuestra hacienda, ¡nuestro bien!
Diariamente nuevos huéspedes
O temprano o tarde acuden;
Un vital rescoldo siempre
Llamea en el vasto hogar.
Lindas jarras a millares
Que roció otro tiempo el llanto,
Acicates y sortijas
Y espadas en nuestro arcón.
Joyas, preseas en grande,
En hondas cuevas ocultas;
No podréis tantos tesoros
Contar por la eternidad.
Hijos de edades pretéritas,
Héroes de tiempos remotos,
Genios del cielo estrellado
Que un milagro congregó,
Bellas damas, maestros graves,
Niños, ancianos decrépitos,
Siéntanse aquí en amplio corro;
Viven en la antigua edad.
Jamás nadie se lamenta,
Nadie desea ausentarse
De los que a nuestra gran mesa
Se hayan sentado una vez.
No se ven ya más heridas,
No se enjugan ya más lágrimas
Y dentro el reloj, la arena
Cae y cae sin cesar.
De bondad santa embebida,
En santa visión absorta,
El alma encierra en sí el cielo,
Sin nubes, eterno azur.
Luengas túnicas volantes
Nos ciernen por los edenes,
Y no sopla en esta tierra
Ni el cierzo ni el huracán.
Suave hechizo de las noches,
Almas, fuerzas misteriosas,
Oh, placer de raros juegos,
Nuestra vida toda sois;
Cercanos a la alta meta,
Erumpimos en torrentes,
Deshacémonos en gotas,
Y las libamos también.
Amor, sólo, es nuestra vida;
Mézclanse del ser las olas
Al unirse estrechamente
Corazón con corazón;
Luego las olas sepáranse,
Y luchan los elementos
Que esta lucha es la sublime,
Propia vida del amor.
De suspiros dulce charla
Sólo oímos; no más vemos
Ojos dichosos; del beso
Sabemos sólo el sabor;
Y todo cuanto tocamos
En fruto de miel se trueca,
Conviértese en tierno pecho,
Ofrenda de audaz placer.
Reflorece eterna el ansia
De estar junto al bienamado,
De encerrarlo en lo más íntimo
Y una cosa ser con él;
De su sed no defenderse,
Consumirse mutuamente,
Uno de otro alimentarse,
Uno de otro nada más.
En placer y amor por siempre
Así estamos sumergidos
Desde que el turbio destello
Del mundo se extinguió ya,
Y la pira rematóse,
Y lanzó chispas la hoguera,
Y, al alma, la faz terrena,
Arrebatada le fue.
Hechizo de los recuerdos,
Melancolía inefable
Toda el alma nos inunda,
Refrigera nuestro ardor.
Oh, heridas que siempre sangran ...
Una divina tristeza
Mora en nuestros corazones,
Nos disuelve en un raudal.
Así por vía secreta
En raudal nos derramamos
En el gran mar de la vida,
En el seno hondo de Dios;
Y fluímos de su seno
Otra vez en nuestra esfera;
Ruge en nuestro torbellino
El espíritu inmortal.
Sacudid vuestras cadenas
De oro, los fulgentes broches,
Los rubíes y esmeraldas
Con bello son y esplendor
Alzaos de los abismos,
De las tumbas y ruinas,
Al bello mundo del sueño,
Con rosas en vuestra faz.
Ah, si supiesen los hombres,
Nuestros futuros hermanos,
Que en todas sus alegrías
Presente nuestra alma está,
Dejarían exultantes
Su existencia tan efímera ...
Raudo el tiempo pasa y vuela,
Hermanos, venid, venid.
Ayudadnos a nosotros
A encadenar al indómito
Espíritu de la Tierra,
Y caiga en esclavitud.
Aprended a haceros cargo
Del sentido de la muerte,
Y la palabra de vida
Esforzaos en hallar.
Espíritu de la tierra,
Tu inmenso poder ya fine;
Ya está tu claror prestada,
Presto va a palidecer.
A no tardar de ti haremos
Un triste esclavo impotente ...
Oh, espíritu de la tierra,
Tu reinado ya pasó.
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