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El que velando solo, sin consuelo
En lágrimas derrama su dolor,
Al ver en sombras de aflicción y duelo
Envuelto cuanto yace en derredor;
El que la triste imagen del pasado,
Cual de un profundo abismo, ve surgir,
Y gravita hacia el fondo nunca hollado
Do un dulce llanto le parece oír.
Es como el que un tesoro fabuloso
Viera allá abajo en brillador montón,
Y a él se abalancase codicioso,
Todo jadeante y ebrio de ilusión.
Del porvenir la inmensidad baldía
Abrese pavorosa frente a él
Y, por la soledad, falto de guía,
Busca a sí mismo con furor cruel.
Yo caigo entre sus brazos sollozando;
Sin aliento, cual tú, también me hallé
Más de mi pesadumbre estoy sanando;
Do puedo descansar sin fin ya se.
A mí y a ti el consuelo nos alienta
De aquel que tanto amó, sufrió y murió,
Y hasta el que desalmado le atormenta,
Al morir, sonriendo perdonó.
El murió y, sin embargo, a todas horas
Sientes su amor y en tu interior lo ves,
Y puedes en tus brazos, al que adoras,
Dulcemente estrechar, doquier estés.
Con nueva sangre y vida él es quien riega
Tu carne, condenada aperecer;
Si de tu corazón le haces entrega,
Vendrás por siempre el suyo a poseer.
Lo que perdí una vez, en él he hallado;
También encuentro en él cuanto amé yo,
Y eternamente queda a mí ligado
Lo que su mano a mí me devolvió.
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