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Clarea ya por el lejano oriente,
Las horas grises huyen ya del mundo.
¡Oh, qué sorbo tan largo y tan profundo
De la luz en la misma excelsa fuente!
Colmado está tu anhelo, oh criatura;
Todo un Dios en amor se transfigura.
Por fin, la triste tierra ya visita
El hijo bendecido de los cielos;
Ya melodioso y gárrulo se agita
Viento de vida por los bajos suelos;
Reunir quiere en eternas llamaradas
Las chispas ya de tiempo dispersadas.
En todo seno ignoto de caverna,
De savia nueva surgen manantiales;
Sumérgese, por darnos paz eterna,
De la vida en los túrbidos raudales;
A nosotros sus pías manos tiende,
Y, compasivo, a todo ruego atiende
Deja que sus miradas amorosas
Penetren en la hondura de tu alma;
Déjate aprisionar, como entre rosas
Por su amor que difunde eterna calma.
Los espíritus, todos en alianza
Desde hoy comiencen una nueva danza.
No cejes hasta asir su a mano amada;
Sus rasgos en tí imprime arrobadores
Hacia él volverás siempre la mirada;
Siempre abrirás de cara al sol tus flores
Si entero el corazón le has entregado,
Cual fiel esposa, le tendrás al lado.
Nuestra eres ya, divinidad, que un día
Tus iras fulminabas inclemente;
Ya desde el septentrión al mediodía
Reavivaste la célica simiente.
Oh, déjanos de Dios en los alcores
Aguardar los pimpollos y las flores.
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