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El secreto del amor
Bien pocos lo saben;
Sienten una sed eterna
Y sienten hambre insaciable.
La Eucaristía es un extraño enigma
A los sentidos mortales.
Pero aquel que de unos labios
Cálidos, amantes,
De la vida el hálito, sorbido
Hubiere alguna vez; aquel que sabe
Cómo las brasas divinas
Al corazón del amante
Funden y derriten
El oleadas palpitantes;
Aquel que su honda mirada
Hacia los cielos levante
Y haya alguna vez sondeado
Las sacras profundidades,
Comerá de su cuerpo,
Beberá de su sangre
Eternamente
¿Quién del cuerpo terreno ha descifrado
El gran sentido inefable?
¿Quién decir podría
Que entiende lo que es la sangre?
Un tiempo todo era cuerpo,
– Un Cuerpo –; flotaban
En sangre celeste
Los venturosos amantes.
¡Oh, si de repente
Enrojecieran los mares!
¡Oh, si la carne olorosa
En los peñascos brotase! ...
Nunca terminarás, dulce convite.
Oh, amor, no dirás nunca bastante.
La intimidad más perfecta
Con que al amado poseerá el amante
Honda bastante no es nunca,
Ni al deseo infinito satisface.
Por siempre más, dulces labios
Sentirás lo gozado transformarse
En algo siempre más íntimo.
Algo que más se adentra a cada instante.
Voluptad, a cada paso más ardiente,
Toda el alma invade.
Más sediento, más hambriento
Siéntese el corazón que de amor late:
Y, por eternidad de eternidad,
El placer del amor vive y renace.
Si pudiesen gustar los hombres sobrios
Deleite tan grande,
Todo olvidarían,
Vendrían con nosotros a sentarse
A esta mesa del infinito anhelo
Que nunca vacía verán las edades
Reconocieran del amor entonces
La plenitud inagotable.
Y entonarían himnos al convite
Del cuerpo y la sangre.
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