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102.
Cada figura humana da vida a un germen
individual en el que contempla. En virtud
de ello esta visión se hace infinita: está
ligada al sentimiento de una fuerza
inagotable, y es por lo tanto tan
absolutamente vivificante. En tanto nos
contemplamos a nosotros mismos, nos
vivificamos a nosotros mismos.
Sin esta inmortalidad visible y sensible –
sit Venia Verbis – no podríamos en verdad
pensar.
Esta insuficiencia perceptible de la
configuración corpórea terrena respecto de
la expresión y órgano del espíritu que lo
habita, es el indeterminado pensamiento
motor, que se convierte en la base de
todos los pensamientos genuinos, el motivo
de la evolucción de la inteligencia, aquel
que nos apremia a la suposición de un
mundo inteligible y de una serie infinita
de expresiones y órganos de cada espíritu,
cuyo exponente o raíz, es su
individualidad.
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