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73.
Nada es más indispensable para la
verdadera religiosidad que un miembro
intermedio, que nos una con la divinidad.
Sin mediación el hombre no puede sin duda
estar en relación con la misma. En la
elección de este miembro intermedio el
hombre deber ser absolutamente libre. La
mínima coacción en esto, daña su religión.
La elección es característica y los
hombres cultos elegirán por lo tanto
miembros intermedios bastante similares;
por el contrario el inculto aquí será
determinado en general por el azar. Ya
que, sin embargo, tan pocos hombres son
capaces de una elección libre, más de un
miembro intermedio se tornará más general,
sea por azar, por asociación, o por su
especial conveniencia para ello. De este
modo nacen las religiones nacionales.
Cuanto más independiente se vuelve el
hombre tanto más disminuye la cantidad del
miembro intermedio, la calidad se refina,
y sus relaciones con el mismo devienen más
variadas y más cultas, fetiches, astros,
animales, héroes, ídolos, dioses, Un
Hombre-Dios. Pronto se ve, cuan relativas
son estas elecciones y se es impulsado
inadvertidamente hacia la idea, de que la
esencia de la religión no depende por
cierto de la naturaleza del mediador, sino
de que radica únicamente en la visión del
mismo, en las relaciones con él.
Es una idolatría, en sentido más amplio,
si veo de hecho a este mediador como a
Dios mismo. Es irreligión si no adopto
ningún mediador, y en esa medida es
superstición o idolatría, e incredulidad o
teísmo, al que también puede llamárselo
judaísmo más antiguo, ambas cosas
irreligiones. En cambio el ateísmo es
negación absoluta de toda religión y por
lo tanto nada tiene que ver con la
religión. Verdadera religión es la que
adopta a aquel mediador, como medio, lo
considera, por así decirlo, el órgano de
la divinidad, su manifestación sensible.
En este sentido los judíos conservaron en
la época del cautiverio babilónico una
tendencia genuinamente religiosa, una
esperanza religiosa, una fe en una
religión futura, que los transformó
radicalmente de modo milagroso y que los
mantuvo en la más notable consistencia
hasta nuestros tiempos.
La verdadera religión parece, sin embargo,
en una consideración más próxima, dividida
a su vez antinómicamente, en panteísmo y
enteísmo. Hago uso aquí de una licencia,
no tomando panteísmo en el sentido
acostumbrado, sino que entiendo con ello
la idea, de que todo órgano de la
divinidad, puede ser mediador, elevándolo
yo a ello; así como enteísmo, designa al
contrario la creencia de que habría para
nosotros sólo Un órgano semejante en el
mundo, que sería el único adecuado a la
idea de un mediador y únicamente a través
del cual Dios se haría perceptible, al que
por tanto al escogerlo soy apremiado por
mí mismo, pues sin este requisito el
enteísmo no sería verdadera religión.
Por más incompatibles que puedan parecer
ser los dos, empero puede concretarse su
unificación, si se convierte al mediador
enteísta en mediador del mundo intermedio
del panteísta, y por así decirlo se lo
centra a través de él de modo tal que
ambos se necesiten mutuamente y no
obstante, de modo diverso.
La plegaria, o el pensamiento religioso
consiste por tanto en una abstracción o
asunción triplemente ascendente,
indivisible. Todo objeto puede ser para el
religioso un templo, en el sentido de los
augures. El espíritu de este templo es el
sumo sacerdote omnipresente, el mediador
enteísta, el único que se encuentra en
relación inmediata con el Padre del
Universo.
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