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23.
El prejuicio más arbitrario es que al
hombre le esté negada la facultad de ser
fuera de sí, de ser con conciencia más
allá de los sentidos. El hombre puede ser
a cada instante un ser suprasensorial. Sin
esto no sería un ciudadano del mundo,
sería un animal. En verdad, el
discernimiento en este estado, el
encuentro de sí mismo, es muy difícil, ya
que está unido tan incesante, tan
necesariamente con el intercambio de
nuestros restantes estados. Cuánto más
conscientes, empero, podemos ser de este
estado, tanto más vivaz, poderosa,
satisfactoria es la convicción que surge
de ello; la fe en genuinas revelaciones
del espíritu. No es un contemplar, oír,
sentir, está compuesto por los tres en su
totalidad, es más que la totalidad de los
tres, una sensación de inmediata certeza,
una visión de mi vida más propia y más
verdadera, los pensamientos se transforman
en leyes, los deseos en realizaciones.
Para el débil es el factum de este momento
un artículo de fe.
Sorprendente se torna la visión,
especialmente al observar algunas figuras
y rostros humanos, sobre todo al divisar
algunos ojos, algunos gestos, algunos
movimientos, al oir ciertas palabras, al
leer ciertos lugares, en ciertos respectos
de la vida, el mundo y el destino. Muchas
casualidades, algunos sucesos naturales,
particulares estaciones del año y horas
del día nos ofrendan experiencias
semejantes. Ciertos estados de ánimo son
especialmente propicios a tales
revelaciones. La mayoría son instantáneos,
pocos se detienen, los menos permanecen.
Aquí hay mucha diferencia entre los
hombres. Uno tiene más capacidad para la
revelación que el otro. Uno más sentido,
el otro más entendimiento para la misma.
Éste último permanecerá siempre en su luz
tenue, mientras que el primero sólo tiene
iluminaciones esporádicas, pero más claras
y diversas. Esta facultad es también capaz
de enfermar, enfermedad que denota o bien
profusión de sentido y carencia de
entendimiento, o bien profusión de
entendimiento y carencia de sentido.
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